lunes, 28 de mayo de 2007

La amistad no hay que decirla hay que demostrarla

Un hombre, su caballo y su perro


Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un árbol enorme cayó un rayo y los tres murieron fulminados.

Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales (a veces los muertos tardan un cierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición...)

La carretera era muy larga y colina arriba. El sol era muy intenso, y ellos estaban sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un magnifico portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada y entabló con él, el siguiente diálogo:
- Buenos días.
- Buenos días - Respondió el guardián.
- ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
- Esto es el Cielo.
- ¡Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos!
- Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera. Y el guardián señaló la fuente.
- Pero mi caballo y mi perro también tienen sed...
- Lo siento mucho - Dijo el guardián
- pero aquí no se permite la entrada a los animales.

El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante.

Después de caminar un buen rato cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero. Posiblemente dormía.
- Buenos días - dijo el caminante. El hombre respondió con un gesto de la cabeza. - Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.
- Hay una fuente entre aquellas rocas - dijo el hombre, indicando el lugar.
- Podéis beber toda el agua como queráis.
El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre.
- Podéis volver siempre que queráis - Le respondió éste.
- A propósito ¿Cómo se llama este lugar?- preguntó el hombre.
- CIELO.
- ¿El Cielo? ¿Sí? Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!
- Aquello no era el Cielo. Era el Infierno - contestó el guardián. El caminante quedó perplejo.
- ¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones! - advirtió el hombre.
- ¡De ninguna manera!-increpó el otro hombre - En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos...

viernes, 11 de mayo de 2007

Somos valiosos TODOS

Cuentan que en una carpintería hubo una extraña asamblea... Fue una reunión de herramientas para arreglar diferencias. No se llevaban bien y discutían porque unos eran mejores que otros (o eso creían) y decidieron hablar.
El martillo ejerció la presidencia y habló el primero. Cuando lo hubo hecho, la asamblea le notificó que tenía que renunciar, ya que se pasaba todo el tiempo haciendo ruidos y golpes.
El martillo aceptó la culpa, pero pidió que fuera expulsado el tornillo, argumentando que había que darle demasiadas vueltas para que sirviera y eso mareaba al resto.
El tornillo aceptó el ataque, pero exigió la expulsión de la lija. Señaló que era áspera en su trato y tenía fricciones con los demás, era desagradable.
Y la lija a regañadientes estuvo de acuerdo, la mismo tiempo exigió que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás como si él fuera perfecto...

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició la tarea. Utilizó el metro para medir lo que debía cortar, el martillo para meter clavos y afianzarlos, usó la lija y dejó los bordes finos y suaves con ella y el tornillo para unir las diversas piezas. Finalmente, las toscas tablas de madera se convirtieron en un hermoso mueble.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea de herramientas reanudó la deliberación.
Fue entonces cuando el serrucho dijo:

- Señores, yo tengo el peor defecto de todos, ya que corto, separo, rompo, cuanto me ponen delante, sin embargo el carpintero me necesita, precisamente, para ese fin. Ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso nos hace valiosos. Así que no pensemos en nuestras fallas y concentrémonos en la utilidad de ellas mismas haciéndolas meritorias.
La asamblea pudo ver entonces que el martillo (ruidoso) es fuerte, el tornillo (mareante) une, la lija (áspera) pule asperezas y el metro (altivo y soberbio) es preciso. Se vieron como un equipo capaz de producir muebles de calidad. El serrucho…sonrió.
Esta nueva mirada los hizo sentir orgullosos de sus cualidades y no de sus defectos para trabajar juntos. No fue necesario echar a nadie." Desde entonces son grandes amigos unos de otros y se valoran mucho.